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7 noviembre 2010 7 07 /11 /noviembre /2010 13:10

La Aventura Comienza

 

El aeropuerto estaba repleto, gente por todos lados, llorando, riendo, o entre novios, dándose ese beso apasionado de despedida, y en algunos casos de bienvenida. Ezeiza era enorme, sabía que tenía que hacer ese tal “check-in”, el problema era que no sabía dónde. Me acerqué a uno de esos guardias de seguridad y le pregunté:

-¿Sabe usted dónde tengo que hacer el check-in?-

-Sí, por allá- Y me señaló un sector dónde había unos mostradores que tenían el nombre de la compañía y una cinta transportadora que transportaba las valijas a quién sabe dónde, yo suponía que al avión.

Pasé por el interminable laberinto de acceso al mostrador donde tenía que despachar mis valijas. Me atendió una mujer de aproximadamente mi edad, era pelirroja y tenía una carrocería delantera bastante voluminosa, tenía ojos celestes y una mirada felina, su voz era un tanto chillona. Antes de atenderme me miró de arriba abajo como si yo hubiese asaltado a alguien.

Me pidió pasaporte y los pasajes, ¿y los pasajes?, no los encontraba, revolví mi bolso de mano y nada. Me fijé en mis bolsillos y nada. Se me podrían haber caído en el auto, o en el camino o… ¡En casa! Unas lágrimas se resbalaron de mis ojos como si tuviera ocho años. Gatúbela me miró con cara poco tolerante. Yo ya había perdido mis esperanzas de viajar, hasta que escuché que alguien me llamaba, era una voz conocida, ¡Era mi papá! Y traía mis pasajes en la mano, vino corriendo a dónde yo estaba y me dijo:

-Ay, ay que cabezona-

-Gracias papá- Le dí un beso y se fué.

Gatúbela me echó una mirada cargada de odio, tal vez por haber hecho esperar a los siguientes pasajeros o también podía ser porque no le gustaba mi cara.

Por fin terminó ese estresante trámite y subí por las escaleras mecánicas.

Me dirigí a los escaners de seguridad. Esta parte la sabía bien, no me iba a permitir que otra ola de estrés me invadiera. Agarré una de esas cajas plásticas y puse, mi bolso, mi celular, las llaves de mi departamento y mis monedas, luego pasé muy tranquilamente por el detector, que para mi sorpresa hizo ruido. ¡OH no! Se acercó una oficial y me registró con el detector de metales y encontró mi pastillero, dónde tenía mis pastillas para dormir y una tira de Tafirol. Cuando descubrí que ese era el motivo por el que había sonado el detector me tranquilicé. La oficial me liberó y pude continuar mi odisea.

Llegué a la parte del free shop y compré chocolate suizo y dos libros.

Yo no viajaba en primera clase, no me alcanzaba la plata, pero tampoco creía que la clase económica fuera tan mala, además a mi no me gustan muchos lujos.

Me acerqué a un teléfono público y llamé a Lía, mi hermana menor que vivía en Mar del Plata.

-Hola ¿Quién habla?- Me emocioné al oír su voz, hace mucho tiempo que no hablaba con ella.

-Hola Li, soy yo-

-¡Beki!, ¿dónde estás? El identificador de llamadas no registra el número de tu casa-

-Estoy en Ezeiza, me voy de viaje a Madrid-

-¿Enserio? ¡Qué bueno!-

-Sí, estoy muy nerviosa-

-No te preocupes vas a ver que el viaje se pasa volando- Hizo énfasis en la palabra volando.

Me reí de su chiste

-¿Al final te mudaste con Javier?-

Su voz se entristeció y dijo: -No resulta que lo descubrí en un bar besándose con Violeta ¿te acordás de ella?-

-¿Con Violeta Pons, nuestra vecina de siempre?-

-Sí- Estuvo a punto de largarse a llorar, pero la interrumpí

-Ay, Lía Arias, no te das cuenta que él no se merece que llores por su culpa, si te engañó no sabe valorar a una verdadera mujer como vos- Se lo dije con tono de sermón

-¿Enserio lo decís?-

-Obvio Lía-

Gracias hermana- Noté un poco más de alegría en su voz.

-Me tengo que ir o me voy a quedar sin monedas- Dije a modo de chiste.

-Bueno Beck, un besote y gracias-

-Chau, un beso, pensá en lo que te dije-

Lía era la más divertida de las tres. Ella era un año menor que yo, y mi hermano Juan Cruz era un año mayor.

Faltaba una hora y quince minutos para que el vuelo despegara. Me fui a sentar a un café y pedí un tostado de jamón y queso para picar, tenía mucha hambre.

Cuando estaba por apagar mi celular recibí una llamada de Román, mi corazón casi se despega de mi cuerpo cuando vi su nombre en la pantalla de mi teléfono.

-Hola- dije

-Hola, necesitaba decirte algo antes de que viajaras-

-Escucho-

-Te amo- largó las palabras lo más rápido que lo dejó su boca, una clara señal de nerviosismo- ojala me hubiera dado cuenta antes, pero no voy a soportar un mes sin verte- Estaba empalagada, nadie me había dicho eso nunca, solo mi mamá.

-Realmente te pido que me perdones por haber estado ciego estos 3 años para no haberte visto, pero te juro que lo que pasó con Amalia solo fue una aventura, yo te amo a vos- El amor se convirtió en odio cuando escuché lo de Amalia.

-¡¿ESTUVISTE CON AMALIA?!-

-Sí pero no, en realidad sólo fuimos a un bar como más que amigos, pero estábamos borrachos- Dijo con tono de súplica

-CHAU- Cerré el teléfono bruscamente.

El camarero me trajo mi comida y mi jugo de uva. Tomé el jugo muy rápido y terminé el tostado en un abrir y cerrar de ojos por la ira que sentía hacia Román y hacia Amalia. El pobre adolescente tuvo que sufrir mi ataque de odio cuando me trajo la cuenta.

Pagué y fui a la sala de espera. Cuándo me senté empecé a contar números para tranquilizarme, por suerte hizo efecto y me sentía mejor.

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Published by Marina Candela Asís - en Historias

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